martes, 20 de septiembre de 2011

Ni Maradona, ni Pele. Arthur Friedenreich, el depredador del área.

El fútbol es un ogro que, por mucho que no nos guste, se acostumbra a abandonar en el cajón del olvido a las figuras que hicieron grande este deporte al mismo tiempo que encumbra a otros que, con el paso de los años, también dejarán de atraer a los focos, como si de un bucle se tratase. El brasileño Arthur Friedenreich es un buen ejemplo de ello. Hace dos semanas la prensa señalaba que se cumplían 30 años del gol 1000 de Pelé. Muchos añadieron en sus noticias la coletilla de “el mejor goleador de la historia”. Sin embargo, este título honorífico corresponde a otro brasileño: Arthur Friedenreich, el mayor enemigo de los porteros.

Hablar de Friedenreich es sinónimo de hacerlo de goles. Según los números que maneja la FIFA, anotó 556 goles en 592 partidos. Sin embargo, esta estadística es errónea, fruto de la mala gestión de un directivo al que un día se le cruzaron los cables y que decidió tirar las actas correspondientes a los partidos de su club y, con ellas, la gloria y reconocimiento para Arthur.

Y es que, según una ardua labor de investigación llevada a cabo por los periodistas Mario de Viana y Alexandre da Costa, se considera que marcó 1.329 tantos en 1.239 partido Eso sin tener en cuenta que estos dos periodistas jamás llegaron a encontrar acta algunas sobre la actuación del delantero en los dos primeros clubes en los que jugó: el Germania y el Mackenzie. Arthur Friedenreich nació en 1892 en Brasil y fue hijo de Óscar Friedenreich, un comerciante e inmigrante alemán, y de Matilde, una afrobrasileña que lavaba ropa hijo de un alemán y una brasileña.

En la época en la que creció, el fútbol era considerado un deporte al que únicamente podían tener acceso las personas procedentes de clases altas y, sobre todo, blancas. Por ello, cada vez que jugaba al fútbol, Friedenreich se maquillaba con polvos de arroz para parecer bronceado, y no mulato, además de peinarse con gomina ocultando sus rizos, algo nada usual entre la gente de élite. Fuera de los terrenos de juego fumaba habanos, bebía coñac y vestía de manera elegante. Todo para dar sensación de ser un gentleman y poder desarrollar su gran pasión: jugar al fútbol.

Como futbolista, además de ser un consumado goleador, destacó por su depurada técnica y ser muy habilidoso. En 1910 debutó en primera división con el Ypiranga. En 1914, con 22 años de edad debutó en la selección brasileña con una victoria 2-0 frente al club inglés Exester City. Con la seleçao continuó agigantando su fama de rompe redes. En 1919, un gol suyo dio a Brasil el triunfo en el II Suramericano de Selecciones, hoy conocida como Copa América. Aquella final jugada contra Uruguay es la más larga de la historia, pues la victoria de la verdeamarella llegó tras 150 minutos de juego, 90 reglamentarios y dos prórrogas.

Tras ese partido, le bautizaron como “El Tigre”. En Europa, su nombre comenzó a ser muy conocido a raíz de una gira que realizó con el Paulistao por Francia en 1925, en la que marcó 11 goles y fue bautizado por la prensa gala como “el Rey de Reyes”.. En 1932, se alistó en la Revolución Constitucionalista, a la que donó sus trofeos, medallas y premios. Finalmente, se retiró en 1935 a los 43 años. Murió en 1969, a los 77 años, víctima de la arterioesclerosis.

Aunque antes de su muerte, algunos grandes futbolistas como Pelé le señalaron como su maestro. Hay que destacar que, en vida, siempre se opuso al profesionalismo en el fútbol. Le daba igual el dinero, sólo le importaba el amor a unos colores. Para él no había medallas, sino hambre de gloria. Una gloria que siempre le llegó de la misma manera: marcando un gol.

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