Llevaba tiempo queriendo hacer aquel viaje. Seguramente sea difícil de entender para la mayoría, pero yo, un aficionado de la historia de los pueblos, de las revoluciones, de las utopías… tenía una cita pendiente con aquel lugar.
Emprendí el viaje en coche y al cabo de unas horas ya comenzaba a ver el “verde de montes” y a sospechar el “negra de minerales” que recitaba en los años de la posguerra Pedro Garfias en referencia a Asturies. Poco después aparecían los primeros carteles de “Langreo” y “Llangréu”, al mismo ritmo que me sorprendían los primeros mazacotes grises abandonados. Ahí comencé a sospechar que el paisaje no iba a ser exactamente el que imaginaba al leer aquellas historias de viejas rebeliones comunales. Más bien lo que observé fue la típica imagen de zona industrial desindustrializada: fábricas olvidadas por la historia, carreteras que ya no llevaban a ninguna parte por estar huérfanas de barricadas, y alguna pintada salteada que recordaba lo que algún día fue aquello.
Está a punto de comenzar la final de la Copa del Mundo de Sudáfrica2010 y todos estos recuerdos me vienen a la mente por un lado por evitar escuchar el pesado chunta chunta del himno nacional, y por otro porque en el campo además de los Casillas, Puyol, Xavi, Iniesta… está Villa, el guaje.
Tras visitar La Felguera y Sama, me quedaba todavía un día de vacaciones así que decidí ir a otro pueblo cercano: Tuilla. Y allí me dediqué a lo mismo que en las villas citadas: a comer bien, a beber mejor, y a aprovechar estas dos buenas costumbres para hablar con los viejos del lugar tratando de convencerme a mi mismo de que realmente en aquel sitio ocurrieron aquellas revoluciones que hicieron soñar con una sociedad más justa a los trabajadores de todo el Mundo.
Como ya me esperaba, las conversaciones de los vecinos del lugar ya no hablaban del Pozu Candín, ni de gomeros, ni siquiera del futuro en general. De lo que se hablaba era únicamente de fútbol y del Mundial. Pero yo no cejaba en mi empeño.
- Lo que fue esto señor Secundino eh. – Dirigiéndome a un señor al que previamente había invitado a un orujo.
- Ye lo qu’hai fíu. – La respuesta era inexorable.
- ¿Y las minas qué ha pasado con ellas?
- Les mines acabáronse. Agora dannos algunes perres pa dir tirando, porque equí nun hai trabayu. El mi fíu ta prexubilau dende va tiempu, y el mi nietu coló pa Madrí a la gueta de trabayu.
La respuesta se repetía una y otra vez con cada interlocutor: abuelo minero revolucionario, padre minero prejubilado, hijo emigrante. La historia de toda una comarca industrial. La historia de una derrota que de momento no tiene final.
Empecé a desistir, y más cuando estaba a punto de comenzar el partido de semifinales, España se enfrenta a Alemania. El bar estaba de bote en bote y se oyó una ovación tremenda cuando las cámaras enfocaron al “guaje”. Aproveché los minutos que quedaban para que comenzase el partido para ojear las fotos colgadas por el bar, la mayoría relacionadas con la minería. En una fotografía de una cuadrilla de mineros me llamó la atención un hombre. No sé por qué parecía que destacaba sobre el resto, y tenía una curiosa perilla bien cuidada.
- Oiga perdone, ¿Estos eran mineros de por aquí no? – Pregunto al camarero y aparentemente dueño.
- Claro ho, esi altu yera el mi güelo. Y a esti otru nomábenlu el Trotsky, pola perilla. Yera el güelu de esi. – dice señalando a la televisión en el momento en que enfocan a Villa.
Lo pequeño que es el mundo y como cambian los tiempos. Se me acerca otro lugareño. Mis pintas de extranjero no dejan lugar a dudas:
- ¿Cómo ye que preguntes tanto por estes coses? Ya a naide-y interesen estes hestories de vieyos, y menos a los foriatos.
- Bueno verá, a mi es que siempre me gustó leer sobre estas historias, y quería verlo de primera mano.
- Pues poco vas ver fíu, poco vas ver. – Me dijo con un tono melancólico.
- Estaba mirando esas fotos y me preguntaba si conoció usted a “el Trotsky”, el bisabuelo de Villa.
- Claro mozín, esi yera collaciu del mio pa, trabayaben xuntos na mina. Vicente Martínez Amores, asina llamábase. Entró na mina siendo un guahe, como toos daquella, y ellí deprendió a lluchar contra’l carbón y contra les inxusticies. Entos deprendianse les dos coses xuntes. Foi too un llíder sindical, pero de los de entonces eh, de los que nun cobraben un res. Imaxinate como sería el home que puso a los sos fíos Libertad, Lenin, Stalin y Trotsky. Claro, la ilesia camudo-yos los nomes cuando ganaron la Guer…
Vista a la televisión todo el mundo y silencio y expectación en el bar. La coge Villa, lanza buscando la escuadra y paradón espectacular del guardameta alemán Neuer. Continúa el 0-0 pese al gran juego de España.
- ¿Y qué fue de todo aquello? – Pregunté intentando seguir el hilo.
- La hestoria d’esta familia, aunque el nietu seya famosu, ye la de toes. N’esti casu Libertad tuvo un fíu, Mel, que prexubilose como tantos otros, dieron-yos unes perres a cambiu y pesyaron les mines. Y el fíu de esti home, David, salió-yos futbolista, y pa nun romper la tradición de les cuenques, tamién emigró pa trabayar, primeru a Xixón y luego coló pa fuera.
- Y la juventud de por aquí, ¿Tanto cambió?
- … – Sin decir nada inclinó la cabeza ligeramente indicándome donde estaba la respuesta. Como si de un cambio de fútbol se tratase, salía por la puerta del baño un joven con una camiseta de España rascándose ostentosamente la nariz, mientras en su lugar entraba otro chaval aún más joven buscando un revulsivo para el partido, y para la vida en general.
Sentado delante de la televisión de mi casa esperando a que comience la gran final del Mundial, no puedo olvidar la cara de resignación que puso aquel viejo sindicalista. Cara de resignación por aquel futuro con el soñaba toda una generación de trabajadores, una utopía que llegaron a tocar con los dedos y que hoy está olvidada. Y no solo olvidada, si no suplantada. Ahora el sueño, la utopía, el objetivo vital, no es una idea colectiva de justicia, no es una sociedad igualitaria, no.
La nueva utopía va a comenzar en breves minutos. Villa está junto al balón dispuesto a sacar de centro. Una vez que lo haga seguramente pasen varios minutos de toque y toque español sin mucha trascendencia. Quizás en un momento dado a Xavi se le ocurra poner un balón en profundidad a Villa, quien quizás encarará desde su posición de falso extremo izquierdo para recortar hacia el centro y, quien sabe, puede que remate con la derecha a las mallas superando a Stekelenburg.
Y quizás al día siguiente, en plena orgía de patriotismo, vayan desfilando todos los jugadores lanzando exaltadas arengas nacionales al público presente en la celebración. Y en su turno, quizás David Villa olvide lo que supuso este lema para su tierra durante 40 años, y de una manera espontánea y desfalangizada, quizás vuelva a gritar inocentemente aquello de ¡Arriba España!.
Y finalmente, quizás “el güelu Trotsky”, desde un cielo que por desgracia no existe, mire resignado e impotente ante una una jugarreta más de la historia y diga: “Ye lo qu’hai”.
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